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Azul

Hay sangre en la nieve. Hay un aliento frío, y manos congeladas, un rubor cincelado en las mejillas, la piel como la porcelana... Tal vez se rompa igual de fácil o sea mil veces más fuerte, pero hay sangre en la nieve. Hay rojo en la nieve. El día no es cálido y la luna no está presente, la tormenta no cesa y la escarcha congela las pestañas que la contemplan, el frío traspasa las capas de ropa y se convierte poco a poco en humedad, hay rojo en la nieve. Hay una rosa en la nieve. El suelo yace completamente blanco, resplandece, y la tormenta ha cesado, la luna se trasluce entre las nubes, el viento de pronto ha dejado de soplar, y mis manos ya no están frías. Hay una rosa en la nieve, en el lugar en que, quizás, debería estar mi corazón. Se siente extraño... el dolor, no el físico, claro, hablo del dolor real, esa incomodidad que se genera en el pecho y lo mantiene apretado unido por un nudo a tu garganta, el tipo de dolor que te frunce el estómago y te irrita los ojos pero no
"Su sonrisa estaba por encima de las nubes, alta como un pensamiento, frágil como una hoja seca en otoño, desbordante como viento de poniente. Su sonrisa estaba  paralizada como un día nublado, era tan difusa como un copo de nieve, frugal, austera, desbordaba sarcasmo y malicia, dejando un toque de lascivia en el extremo, un gesto de maldad, un gesto de poder, un reto. Su mirada era gentil, llena de vida, llena de añoro y aprecio, de ganas de más de conocer más, de saber más de crear más. Las pestañas largas hacían juego con el cielo, curvándose hacia arriba en un intento de alcanzar el sol, en un intento de cumplir un sueño. Su mirada te recordaba a una lluvia de estrellas, destrucción, fuego y belleza, daba miedo a quién no sabía lo que ocultaba, lo que demostraba, era una mirada de anhelo también, una mirada que quería pruebas, que quería hechos concretos, una mirada hambrienta de poseer, de merecer, de lograr."
¿A dónde van a parar los suspiros? ¿Se convertirán en mariposas o pasarán a ser silencio?
Quiéreme cuando nadie más me quiera. Quiéreme cuando esté rota, cuando esté trizada, cuando el peso del mundo me agobie, quiéreme. Deséame cuando nadie más me desee, y deséame cuando todos los demás lo hagan, deséame una vida plena, una vida entera, o una vida corta pero deséame. Olvídame, olvídame cuando más quieras olvidarme, olvídame para que pueda alejarme, olvídame para olvidarme de quererte. Pero en el fondo quiéreme mientras me olvides.
Es en medio del desvelo de los sueños, atrapada entre la visión borrosa de un cansancio invisible que me planteo hacer tantas cosas que no llegaré a hacer en realidad, que me cuestiono sobre cosas que antes no me cuestionaba y que pretendo ser mejor cuando ayer me había prometido lo mismo sin llegar a cumplirlo hoy. Es en el velo de la noche, esperando el amanecer, contando las horas que quedan para oír los primeros (y molestos) cantos de las aves despertar con la primera helada de la mañana, mientras escucho en unos audífonos que si muevo un poco cortan el sonido y por ello mantengo sobre mi pecho con cuidado, el sonido de un pandero acotado dentro de lo que parece un piano la canción de una serie que por mucho tiempo me cautivó. Ice de Madoka, la melodía de las cuerdas, el piano, todo invita a que te centres en un mundo lejano, un mundo suave y nuevo donde todo es hermoso y melancólico a la vez. ¿Me sentiré sola en este mundo lleno de gente? Tal vez sí, tal vez no. Tanto miedo
Creí que sabía muchas cosas, aunque realmente nunca terminamos de aprender ¿no? las cosas van bien por el momento, no han habido imprevistos de esos que tanto descolocan mi vida, es más, todo va tan bien que a veces me asusta, tan bien que parece que algo sí o sí tiene que salir mal. Esperemos que sea solo una impresión.

Había una vez

Había una vez una mujer rota, un hombre roto, un sauce y una frugal mariposa. Había una vez un tronco partido, un ala rota. Había una vez una mujer sola, cuya sombra encajaba por la luz que daba la ventana mientras acariciaba el pelaje de un gato demasiado silencioso. Había una vez un hombre cuya sombra encajaba con la luz de una pantalla mientras la espalda adolorida buscaba la posición menos dolorosa para matar el tiempo. Había una vez una mariposa que sucumbió ante la nieve, y un sauce que se secó desde dentro de su corazón. Había una vez en medio de toda la nieve una loba blanca y un lobo ciego.