La casa al final del puente... (1)



Un minuto más, un cigarro más, otro paso al frente, otro año de vida menos.

Fumar así se ha vuelto casi una filosofía, con el paso del tiempo se ha vuelto algo natural como respirar, por irónico que suene, nunca he esperado que alguien lo comprenda, sé que muchos no están listos para ello, y es que la gente no ve lo que les explico, solo ven el cigarro y mis pulmones marchitos, no entienden de razones, solo quieren verme libre de la humadera que voy proporcionando cada vez que exhalo aliento.

Me presento, Bruno Alexander Lamberth, ese es mi nombre completo y no hay más apellidos, no porque halla rechazado uno, sino porque honestamente no lo merezco, poco me importa a decir verdad lo que ocurra con la persona a la que mi supuesto segundo apellido debe pertenecer y poco me importa también lo que pase con mi padre, pero bueno, así son las cosas, necesitas un apellido para moverte por el mundo.

Hablando de mover el mundo, mencioné hace muy poco un paso al frente, bueno, puedo explicar eso con mucha más claridad que la historia de mi nombre. Existe un paseo marítimo que recorre toda la ciudad de una forma casi laberíntica, sus caminos abarcan gran parte de la playa pero también llegan a lugares cercanos a mi casa, motivo por el cuál recorro este trecho todos los días, ya sea para fumar, ya sea para ir de comprar, o simplemente por el gusto de caminar. No siempre fue así, claro.

-¡LAMBERTH!

Ignoremos esta interrupción, la voz que acaba de gritar tras mi espalda pertenece a Victoria Palmer, y aún no queremos hablar con ella.

Como explicaba, siempre he sido un chico inteligente, modestia aparte, y cuando los médicos me detectaron cáncer y una posible y cercana muerte tomé la decisión que todo chico masoquista de nueve años y medio puede tomar... Me levanté temprano cada día para escaparme al paseo y venir a ver aquello que nunca tendría, no sé si lo hacía por el deseo de vivir como los niños que jugaban entre sí con la arena a hacer castillos, pero sé que ya por ese entonces pensaba en la muerte como algo más que una sentencia.

Fueron años duros.

Día tras día una nueva escapada, una nueva visita al médico, nuevos exámenes, nuevas enfermeras, más lágrimas y más condolencias. A casa llegaron familiares que nunca se había molestado en verme, ni siquiera en navidad, era como si fuera una especie de santo que desaparecería en poco tiempo. Un año completo de tratamiento y ese tipo de visitas fue lo que terminó con mi paciencia, en cuanto tuve oportunidad de robar a nuestros invitados un par de cigarros, comencé a fumar.

Ya no eran escapadas y visitas al hospital, lo que antes hacía como muestra de mi masoquismo y empeño por aferrarme a mi vida terrena se esfumó en forma de libertad, libertad suficiente para elegir morir. Y así fue como comenzó esto, el vicio, la necesidad de escapar de la vida antes de que ella me arrebatara las alas, muchos podrían decir aún hoy que mi decisión es de cobardes, olvidan que un cobarde solo corre, y yo ya estoy cansado de correr, me cansé a los diez años.

Bueno, eso fue hace mucho tiempo, nueve años atrás para ser exactos, y como milagro viviente que soy el cáncer sigue avanzando en mí sin poder llevarse mi vida con él, pero es cuestión de tiempo y algo que tengo absolutamente aceptado. Ella es quién no lo ha aceptado.

-Palmer.

Hablemos de la chica que viene corriendo hacia mí hace como ya dos minutos. Victoria Palmer, la conocí cuando recién se mudaba por los alrededores, un pequeño punto de luz confundido y aterrorizado en un lugar que desconocía, creo que así es como mejor puedo describirla, quiero aclarar que el día en que la conocí me porté como un bastardo, pero eso es algo que ella superó, yo todavía como que no lo he superado.

-Hay que ver como caminas rápido.

-No esperaba compañía.

-Supongo que eso significa que tengo que largarme ¿verdad?

-Dejemos esto en que no es una invitación abierta a venir.

-Cuatro años y sigues siendo un imbécil.

-Si no vas a ser tú quién me lo quite no vas a ser tú quién se queje.

-Oh, lo he intentado, pero he dado la misión por imposible.

-Los primeros en rendirse usualmente son los que mueren primero, puedes tomar nota de eso.

-Yo te veo bien parado.

-Yo nací muerto, no es como si un poco más de tiempo fuera algo atractivo que ofrecerme, estoy lidiando mi propia batalla Cher morirme antes de que me lleve la muerte.

-Eso no tiene sentido.

-Tiene mucho más sentido de lo que crees - suspiré dramáticamente - ¿Qué quieres?

Dudó. Se notaba en todos sus pequeños gestos, pero a mi la impaciencia es algo que me nace del alma, siempre que Victoria se metía en medio de mis caminatas la única consideración que yo tenía por ella era no tirarle el humo en la cara, lo que volvía mi satisfactorio vicio una estresante carrera de obstáculos.

-Lyssander me llamó, dijo que no le contestabas el móvil y que te buscó por su mitad del paseo pero no te encontraba así que yo...

-Saliste a comprobar que estaba vivo - afirmé - ¿Sabes? valoro la preocupación, pero Lander es perfectamente consiente de que el día en que muera no lo haré sin enviarle un texto primero así que no es necesario que...

Me detuve en cuanto algo húmedo tocó mi brazo. Victoria me había agarrado el brazo libre (lejos de mi cigarro, claro) para llorar en él.

-Pensé lo peor.

-¿Y eso te puso triste? - pregunté con mi tono más calmado.

No respondió, pero asintió con la cabeza. Bien, este es el tipo de cosas al que me refería con que no me entienden, si lo que quiero es ganarle a una muerte segura con una muerte provocada, lo mínimo que espero es que sientan un poco, aunque sea un poquito de felicidad por mí, pero bueno, las mujeres son sensibles y raras, no es como si pudiera esperar tanto de Palmer.

-Lamento haberte asustado - mentí, y es que realmente me da igual, no estoy acostumbrado a que por un par de llamadas perdidas se arme semejante escándalo.



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